Errática publicación desde 2004
Elsa RBrondo
elsarbrondo@gmail.com

martes, 27 de septiembre de 2005

De ciudad

Hoy no me importa que el tránsito vaya lento, lentísimo en mi carril. Detrás del volante dejo ir mi tristeza, transito en automático, mirando apenas las señales. El automóvil que me precede tiene las intermitentes encendidas, me siento aliviada por esta pausa, por esta lentitud que me permite soltar algunas lágrimas. Tomo una desviación y me doy cuenta que he acompañado a un cortejo fúnebre, a dos coches del mío estaba la carroza.

martes, 9 de agosto de 2005

Las letras invencibles de María García Velasco

María presentó su poemario Letras Vencidas hace unos meses en Tarragona, España. Sus amigos en México recibimos con envidia la invitación por correo electrónico. Ya nos habría gustado estar a su lado y escucharla leer su poesía que podría ser descrita con todos los adjetivos del desaliento, pero también con todos los tonos de la sensualidad. Hace unos meses, también, María me hizo llegar un ejemplar de sus Letras Vencidas y hasta hace una semana (gracias a este húmedo verano) he podido disfrutarlo y sufrirlo. La poesía de María García Velasco (Guadalupe) así entre paréntesis, como nicho o como altar, compromete a sus lectores a ser testigos de un dolor que de ser tan suyo se vuelve también un poco en nuestro. Un dolor irrenunciable que María ha traducido con rigor y honestidad en arte. Algo en sus versos me hace pensar en uno de los cuadros de Kahlo, ese torso abierto, ensangrentado, en donde el yo íntimo, lastimado, se arriesga a transitar por el espacio público, sin otra protección que el trabajo paciente de la que ama la palabra, su exactitud y su violencia. Sus versos me han sacudido como se sacude a los espíritus adormilados. Hace falta mirar las flores que "una interminable hemorragia de milagros rotos" se lleva a su paso. Oír el grito: "Soy yo. El recuerdo enérgico de la esperanza" para despertar. Y también sufrir un poco nuestra condición que es ciega y menos lúcida que la de sus poemas.


IV
Yo soy ésa -el ánima- que plagia estrellas.

La temblorosa que amaga piltrafas y escupe versos.

Yo soy ésa que se piensa diablo.

Por tanto mirar escombros

olvido el transcurrir del tiempo y me conjuro

rancia, descomunal.
Allano el último soplo y arrojo de mi cuerpo el horror.

A manera de réquiem, perpetúo e incendio
el don de lo fétido.
Canto a la esencia maldita.

No soy poeta y las palabras me arrastran
para que mendigue entre líneas.
Con dientes me sostengo incestuosa de mi peso.

Copulo a solas -final de un rito- como si el morir
fuera eterno.
Muero. Muero. Muero.
Más yo vuelvo desandando muertos.


Podría reproducir aquí todos y cada uno de sus poemas para que ellos digan lo que yo apenas columbro, para que hable la voz enérgica de María García Velasco, la dolorosa, la sensual, la entrañable.

viernes, 15 de julio de 2005

Terminar de leer una novela

Estoy. Es decir: estoy en el café La Pause (Francisco Sosa, Coyoacán). Estoy sentada frente a una taza un poco tibia. Estoy por terminar una novela de Paul Auster, Leviatán. Estoy a punto de ser descubierta por una pareja que creía que irse al fondo de las cafeterías les permitiría ese suave escarceo de las primeras citas. Estoy, en realidad (me pellizco, sí, compruebo dolorasamente la realidad) imaginando la mejor manera de terminar la lectura de una novela. Es decir: estoy frente a la computadora realizando lo que alguien llamó "pajas mentales" (nótese que teniendo las dos manos ocupadas es estrictamente cierto). Y pienso en las circunstancias que he terminado una novela:
  • En el baño una vez. Metafórico eso de cerrar el libro y luego tirar de la cadena. Kitchen de Banana Yoshimoto.
  • Con los ojos a punto de cerrarse, porque ya son las tres de la mañana de un día laborable. Varias veces (muchas). Horrible cuando se ha tratado de una mala novela porque he tenido que cargar con ello el resto del día.
  • A punto de salir (tarde, muy tarde) a una cita importante. Una vez. Inenarrable el hecho de llegar con una hora de retraso sin coartada posible. Javier Marías (Mañana en al batalla piensa en mí).
  • En la cama de un hotel. Una vez. Dejé de ir a la playa y a cenar por leer las últimas páginas de Rayuela (inolvidable).
  • En la playa, tumbada al sol. Una vez. Era una novela de Italo Svevo (Senectud).
Terminar una novela, sobre todo una buena, produce un vacío existencial de diversos grados. Una se queda pasmada ante las últimas palabras. Huérfana de letras que han salvado los destiempos y se han dejado maltratar estoicamente. Ese vacío se parece un poco al que siento al salir de una buena película, aunque una siempre tiene el consuelo del vacío compartido, llenado con frases huecas de camino a casa.

jueves, 7 de julio de 2005

Un gigante aplasta en su carrera

Hace unos meses, paseando por el centro de Puebla, me enteré del Tsunami en Asia y de la muerte de Susan Sontag. Esas noticias saben bastante mal lejos de casa (aunque sean dos horas en carretera y otras tantas de tráfico chilango). No necesita una estar esquilando ovejas con cataratas en la Patagonia, para extrañar el mando a distancia que nos conecta a esos interminables loops de desastres y a los panegíricos inexactos de los muertos notables, desde casa.

El martes 5 de julio, estaba de nuevo aplanando adoquines en la que un día fue de los ángeles y ahora es de Zaragoza. Recordé aquellos titulares a ocho columnas y en una esquina se me revelaron las nuevas noticias. No, no había nada insospechado. Desde que declararon inocente a Michael Jackson y dejaron libre al "hermano incómodo" de Salinas, un chico malo (Bejarano) más en la calle deprime, pero no abruma.

Regresé a la ciudad en medio de una tormenta de miércoles por la noche, me acosté y dormí con los goterones arrulladores en mi ventana. Hoy amanecí con la muerte de Marga López y los atentados de Londres. Nuevos panegíricos y nuevos
loops. Estaba en casa, pero por alguna razón me sentí igual de lejana. En este mundo visto desde la ventana, un gigante aplasta en su carrera las última reflexiones. Ocho señores están sentados ante una mesa redonda, donde se supone que resolverán la hambruna del mundo olvidado y el calentamiento global (culpable, creo, de esos goterones del miércoles por la noche). Y ese gigante se lleva a la bella Marga López y a las buenas intenciones de Geldorf y al protocolo de Kioto, mientras magullo el botón de jump en el mando.

domingo, 26 de junio de 2005

Sophie Calle, la ficción y mi (su) memoria



Recuerdo esta imagen, la he visto en alguna parte. Mi obsesión por las ventanas me llevó hace ya muchos años a recortar una imagen, aparecida en el suplemento Babelia del periódico El País. Era la fotografía de una vitrina abierta que contenía varios objetos. Guardé el recorte, junto con muchos otros, en un fólder que se quedó extraviado por la casa (mal de archivo, supongo, Jacques). Años más tarde, me fue devuelto. Mi expareja se había llevado mis recortes y me mandó la carpeta un año y tantos meses después de nuestra separación. Tal vez si todo este material se hubiera quedado en casa habría desaparecido para siempre, pero al recuperarlo recuperé también mi memoria.

Vuelvo a la imagen de la vitrina. Hace quizá ya dos años, se me ocurrió celebrar el aniversario del seminario del que soy becaria con un
collage. La idea era imprimirlo y repartirlo a los miembros. Al final me quedé con todos los ejemplares, pero ese collage se convirtió en un emblema de mis trabajos académicos que giran en torno, "curiosamente", a la memoria. En él
puse algunos recortes de la carpeta recuperada y entre ellos el de la vitrina.

Aquí tendré que detenerme para per-seguir la historia. La revista de arte en donde trabajo, publicó hace unos números, un artículo sobre una artista francesa llamada Sophie Calle (París, 1953). Me llamó la atención su trabajo, sobre todo porque constituía una aproximación bastante original a la relación de la imagen fotográfica con la autobiografía ficcionalizada, la memoria y el relato.

Invoco aquí las palabras de Calle sobre la obra
La Filature (La sombra) de 1981: "El Centro Pompidou me invitó a una muestra colectiva llamada Autorretratos, y pensé que el único modo de hacer mis autorretratos, después de seguir a tanta gente, era invirtiendo los papeles(...). A petición mía, durante el mes de abril de 1981, mi madre se acerca a la agencia Duluc Detectives privados. Pide que me sigan y reclama una relación escrita de mi empleo del tiempo y una serie de pruebas fotográficas de mi existencia." A partir del reporte de los detectives, Sophie Calle armó un relato de un día por París, acompañándolo con datos fidedignos de hora y lugares visitados (con las fotografías del detective). Aquí podrán seguir la sombra.

Me prometí buscar más información acerca de su trabajo, pero ya se sabe... Planes van, planes no vienen. Hoy, robándole espacio al mundo, me metí de lleno a las páginas web dedicadas a ella. Encontré las imágenes que buscaba y otras que sin saberlo están en mi vida desde antes de establecer una línea con Sophie.

Regreso al principio: pensé “Recuerdo esa imagen, la he visto en alguna parte” cuando me topé con su trabajo
Ritual de cumpleaños. Ahí estaba mi vitrina y otras vitrinas que completaban relatos de una memoria ajena, pero que se imbricaban a la mía de un modo inexorable. Volví a mi collage, respetuosa de la apropiación había dejado el pie de foto en donde se podía leer, “Parte de la serie ‘Ritual de cumpleaños’ de S. Calle”. Podría haber llegado a ella hace mucho tiempo. Sonreí. Mi mala memoria y mi desidia me habían regalado esta noche de domingo una epifanía. Gracias, Sophie Calle, por acompañarme en momentos tan puntuales de mi vida. A modo de homenaje he aquí también un relato, ficcional y no, de la imagen.

jueves, 23 de junio de 2005

Haydée y la memoria cinematográfica

Haydée Una podría comparar a Haydée con las Indie poperas (vaya oximorón) Natalia Lafourcade y Julieta Venegas: las tres comparten una voz con poca potencia, pero con la suficiente personalidad para prescindir de un "do" de pecho. Hay algo que privilegio en Haydée (hija del cubano Pablo Milanés) y es su paso lo mismo por el Jazz que por los ritmos afrocubanos sin muchas dificultades. Ahora mismo escucho su voz suave y armoniosa en Tanto amar, el tema más conocido de su primer disco: un chillout jazzero. Es curioso, hace unos meses cuando no sabía de quién era ni cómo se llamaba esta canción, solía oírla de regreso de dar mis clases en una infame universidad del sur de la ciudad (UIC). Por alguna razón los programadores de 108 fm la ponían más o menos a la misma hora: 20:10 hrs.

No sé si a ustedes les pase, pero cuando voy en el coche, en ciertas ocasiones y con cierta música tengo la sensación de ser parte de una película, una especie de
mini road movie. Imaginen: Insurgentes de noche, algo de tráfico, después de la lluvia, húmedo asfalto y una conductora con aire ensimismado y al fondo una música que paulatinamente sube de intensidad. Así recuerdo esas noches en que mi alma cansada y desanimada por el espíritu vacío de mis alumnos, se recuperaba kilómetro a kilómetro (sería porque de paso saludaba a mi FFyL). De puro gusto me compré el CD de Haymée para invocar my own private south.

lunes, 20 de junio de 2005

La intolerancia es una enfermedad

Ya es más de mediodía y tendría que haber terminado de escribir un curso sobre género y política que he de presentar el miércoles. He hecho mis deberes, pero resulta un poco abrumador todo lo que se puede decir del tema. Sin ir más lejos, esta mañana, un psicólogo español decía, a propósito de los matrimonios homosexuales, que la homosexualidad es una patología. Esta interpretación está tan cargada de asuntos ideológicos... ¿Quién puede estar detrás de semejante afirmación? Pienso en la iglesia católica, en la derecha ultraconservadora y en un modo de ver el mundo que resulta peligroso. La intolerancia es patológica, si orilla a vivir a un sector de la sociedad al margen de sus derechos, si considera enfermedad a una conducta que era no sólo común sino apreciada en la antigua Grecia.

Si uno sigue con cierto detenimiento la historia de la construcción cultural de lo que "deben ser" hombres y mujeres, observará con cierta tristeza que venimos arrastrando un imaginario de género desde la Edad Media. En nuestros días hay una tensión entre ese imaginario y las nuevas maneras en que se quiere ver a los hombres y las mujeres. Esa tensión es visible en el rechazo a los matrimonios homosexuales, pero también en la cotidiana violencia doméstica y en el asesinato de mujeres (feminicidio).

Recuerdo una pieza teatral del mexicano Hugo Hiriart llamada Intimidad. Es la relación íntima en cuatro parejas. La primera: una hombre y una mujer maduros; la segunda: una mujer y un hombre jóvenes; la tercera: un hombre maduro y un joven y la cuarta, una mujer joven y una madura. En las cuatro parejas el diálogo se reproducía más o menos igual. Una parte masculina y una parte femenina, culturalmente hablando, es decir, el fuerte y el débil; el dominante y el dominado; el manipulador y la víctima. No había mayor diferencia entre unos y otros, ni en edad, ni en género, ni en preferencias sexuales. Creo que es un reto para nuestras culturas el construir otros imaginarios sin la sombra de la intolerancia.

sábado, 18 de junio de 2005

Comenzar de nuevo

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Vamos a ver si esta mañana de sábado ilumina un poco el provenir de la letra errante. No estaría mal llevarla a pasear a Coyoacán, a tomar un cafecito y a buscar pelis baratas a Gandhi. No estaría mal... por cierto.